Llueve. Observo a través del cristal empañado como él se va. Como se marcha dejándome atrás. Salgo fuera y dejo que las gotas de lluvia invadan mi rostro. Ya no diferencio qué gotas son de agua y qué gotas son mis propias lágrimas. Solo el gustillo salino que puedan dejarme en el paladar. Regreso a casa y dejo que el suelo contagie su frío a mis desnudos pies. Me quedo horas y horas allí de pie escuchando el repiqueteo de la lluvia.
Al despertarme estaba en la cama, no recordaba como llegué allí. Me senté en el borde prestando atención a los sonidos que ocupaban la casa. No oí nada, solo una leve brisa que movía los árboles que envolvían mi morada. Me asomé a la ventana corriendo la cortina y me dí cuenta de que era de noche. Serían las 3 de madrugada más o menos. No podía divisar Luna, ni estrellas era una noche tímida, de esas que no se muestran. Volví a meterme en la cama y allí me acurruqué intentando recuperar la calidez de antes.
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